Como ya mencione, una de mis preferencias se relaciona con “trabajar
la madera”.
Hoy fue uno de esos días en que el clima y la fecha (25 de diciembre)
invitaban a descansar y relajar la mente… ¿qué mejor que trabajar con madera?.
Puse manos a la obra, elegí un gran tronco de casuarina (recuperado de una
poda del vecindario), tomé el serrucho y corté una gran rodaja. Para empezar
estuvo bien, pero los que tenemos aspiraciones de artesano rara vez nos
conformamos con lo simple, queremos demostrar lo que podemos hacer, el dominio
de las gubias, las figuras que somos capaces de crear; y está bien pero, en ocasiones
nuestro frenesí por adornar termina ocultando lo verdaderamente bello: la trama
de lo natural.
Preparé el mate y, mientras disfrutaba del primero, observe la
pieza por un instante; decidí que mi intervención consistiría en trabajar “para”
la madera, colaborar en hacer evidente su belleza solapada por la voracidad del
serrucho. Solo hizo falta un trozo de papel de lija, movimientos circulares y
algo de paciencia para que, de ese diálogo entre el Hombre hábil y el madero se revelara una historia de vida.
Esta historia nos habla de un tiempo en años, de un lugar,
de condiciones climáticas, de lucha por elevarse y alcanzar la luz, de enfermedades
y traumas que fueron superados y permitieron la vida, hasta la llegada de la
implacable espada de la motosierra que dio un punto final a su ciclo.
Todo aquello hubiese quedado oculto de no tomar el tiempo
para observar la pieza por un instante y
dejar que cuente su propia historia.

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